A comer se ha dicho… ¡y a lavar platos también!
Al principio no había comedor alguno en la
escuela CEREC. Pero eso en realidad no era un problema. Más bien permitía
respetar algunos principios qom con respecto al momento de comer.
Una vez que el guiso o la sopa estaban
listos todos formaban una larga fila. Primero pasaban por la mesa de la cocina
(ver entrada anterior) a buscar un plato y una cuchara, y luego se debía
esperar el turno para que uno de los maestros llenara el plato con un cucharón
de comida. Cada persona tomaba entonces su plato y sus cubiertos y se buscaba
un lugarcito apropiado dentro del terreno, junto con personas afines, para allí
comer su ración. Claro que siempre debía haber suficiente comida como para
repetir, lo que algunos y algunas hacían varias veces.
Al principio sin saberlo, permitimos así
cumplir con las enseñanzas que las madres le pasaban a sus hijos: que la
ingesta de comida era el momento más importante de la vida. Se debía realizar
en el momento, el lugar y con la compañía que mejor hiciera sentir a la persona
que iba a comer. Esto es una máxima qom que en las escuelas comunes nunca se
cumplía. Los niños de seis años, que iban por primera vez a la escuela y que
habían aprendido esto en su casa, de pronto debían comer a una hora determinada
marcada por el timbre o la campana. Debían sentarse en la mesa que la maestra
les indicaba, incluso cuando no tenía ganas de sentarse allí. Y para cada mesa
habían asignado un número determinado de niños, que tampoco podían ser
cualesquiera. Debían ser exactamente los niños y niñas que la maestra había
asignado para cada mesa. Esta situación producía uno de los tantos de los
choques culturales entre el sistema educativo y la cultura qom, que los niños y
las niñas qom debían soportar (en la entrada Recreo… del 21/12/12 se menciona
otro de estos choques).
En el CEREC no se pudo resolver el hecho de
que se respetara el momento de comer sea el que cada uno y cada una considerara
apropiado, pero sí cada uno y cada una elegía el lugar y la compañía que
consideraba más conveniente. Una vez que ya nos conocíamos más, a menudo me veía
rodeada por chicos que buscaban para sentarse conmigo para comer. Claro,
rápidamente habían descubierto que yo evitaba comer la carne, y que les daba
los trozos de carne a los que estaban cerca de mío…
Después de comer había que lavar los
platos. Se implementó el mismo sistema que para repartir la comida: se formaba una
larga fila donde se esperaba el turno para lavar el plato y los cubiertos en un
fuentón de plástico con agua jabonosa y muy caliente, enjuagándolos luego en
otro fuentón con agua limpia, bajo la mirada atenta de algún maestro (en estas
fotos es la directora, Felisa).
Ese tiempo en la fila solía ser el momento
de bromas, comentarios y a veces de negocios, intercambiando la tarea de lavado
por alguna otra. También nos permitía conocer más a los chicos y a las chicas,
porque después de comer solían perder esa inicial timidez con la que se
enfrentaban a nosotros los “blancos”.
Texto y Fotos: Ruth Schwittay
¡Buen provecho!
Guten Apettit!
Essenszeit... und auch auf zum Tellerabwaschen!
Anfangs hatten wir keinen Essraum in der Schule CEREC. Aber
es war eigentlich gar kein Problem. Eher haben wir dadurch einige Prinzipien
der Qom hinsichtlich der Essenszeit respektieren können.
Immer wenn der Eintopf oder die Suppe fertig waren, machten
alle eine lange Schlange. Erst gingen sie an dem Küchentisch vorbei (siehe
vorheriger Eintrag), um einen Teller und einen Löffel abzuholen, und dann
musste man abwarten, bis man an die Reihe kam, damit die Lehrer den Teller mit
einem Schöpfkelle füllten. Jeder nahm dann seinen Teller und sein Besteck und
suchte sich ein Eckchen innerhalb des Grundstücks aus, zusammen mit
nahestehenden Personen, um dort seine Portion zu vertilgen. Natürlich musste immer
genügend Essen zum „Wiederholen“ im Kochtopf sein, was einige auch sogar
mehrmals taten.
Ohne es anfangs zu wissen, konnte wir auf diese Weise die
Lehren einhalten, die die Mütter ihren Kindern weitergaben: Dass die
Nahrungsaufnahme der wichtigste Moment im Leben überhaupt sei. Man müsse zu
einem Moment, an einem Ort und in einer Begleitung geschehen, in der sich die
jeweilige Person am besten fühlte. Dies ist eine Qom-Maxime, die in den
normalen Schulen nie eingehalten wurde. Die sechsjährigen Kinder, die zum
ersten Mal in die Schule kamen und dies zu Hause von klein auf gelernt hatten,
mussten plötzlich zu einer bestimmten Uhrzeit essen, die von der Klingel oder
der Schulglocke angegeben wurde. Sie mussten sich an den Tisch setzen, den die
Lehrerin ihnen zuwies, auch wenn sie keine Lust dazu hatten. Und jedem Tisch
wurde eine bestimmte Kinderzahl zugewiesen, die auch nicht irgendwelche sein
konnten. Es mussten genau die Kinder sein, die die Lehrerin für jeden Tisch
bestimmt hatte. Diese Situation erbrachte einen der vielen Kulturschocks
zwischen dem Bildungssystem und der Qom-Kultur, den die Kinder ertragen mussten
(im Eintrag Pause..., vom 21.12.12 wird
über einen anderen dieser Schocks gesprochen).
Im CEREC konnte die Tatsache, die beste Essensuhrzeit für
jeden Einzelnen zu respektieren, nicht gelöst werden, aber doch konnte jeder
den besten Ort und die passendste Begleitung aussuchen. Als wir uns schon
besser kennen gelernt hatten, sah ich mich oft umringt von Burschen, die sich
zu mir zum Essen setzen wollten. Klar, schnell hatten sie entdeckt, dass ich es
vermied, Fleisch zu essen, und dass ich es meistens an die weitergab, die in
der Nähe saßen...
Nach dem Essen mussten natürlich die Teller gespült werden.
Es wurde dasselbe System angewendet, wie bei der Essensausteilung: Es wurde
eine lange Schlange gebildet, wo man darauf wartete an die Reihe zu kommen, um
den Teller und das Besteck in einer Plastikschüssel mit heißem Seifenwasser
abzuwaschen, und sie dann in einer Schüssel mit sauberem Wasser zu spülen,
unter dem wachsamen Auge eines der Lehrer (auf diesen Fotos ist es die
Schulleiterin, Felisa).
Diese Zeit in der Schlange war oft ein Moment zum Witze
machen, Kommentaren und manchmal auch zum Aushandeln, nämlich den Abwasch für
eine andere Aufgabe auszutauschen. Wir konnten auch die Jugendlichen besser
kennenlernen, denn nach dem Essen war die anfängliche Schüchternheit in
Anwesenheit von „Weißen“ wie verflogen.
Text, Übersetzung und Fotos: Ruth Schwittay
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