Recreo…
El recreo fue uno
de los temas muy analizados y discutidos en el CEREC desde el punto de vista
cultural. Hubo varios aspectos que conversar y consensuar. En las escuelas
comunes, el estudio y el trabajo es interrumpido por un timbre o por una
campana a determinados horarios, y luego de un lapso bien delimitado, ese mismo
timbre o esa misma campana avisa, demandante, que hay que volver al aula. El
timbre del recreo suele ser esperado con ansiedad, y cuando suena, ya no hay
nada que retenga a los chicos y a las chicas para salir corriendo al patio. No
importa en qué momento del desarrollo de la clase se encuentren. Sólo se desea
salir del aula.
Claro, en el
CEREC no había niños o niñas, sino jóvenes. Y entonces en primer lugar
aprendimos que los y las jóvenes, como es normal en su cultura, toman sonidos estridentes
como los de timbre o campana como una interrupción casi violenta. Luego de
varias idas y venidas se resolvió que cada docente avisaba en el aula, cuando
era la hora de recreo.
Pero por otro
lado, era percibido como molesta la costumbre esa de que sea el reloj el que
marca el cierre de una actividad. Los alumnos manifestaban que preferían
terminar lo que estaban haciendo, que no tenía lógica esa división del tiempo impuesta
por el reloj y no tanto por las actividades que se estaban realizando. Es un
punto difícil de resolver en una escuela, porque cada clase, cada maestro,
tiene asignado su tiempo para desarrollar la materia correspondiente, y
prolongarlo significaría quitarle tiempo a la siguiente clase. Se decidió
ajustar los horarios de manera que fuesen los mismos maestros, los que
atendieran un grupo durante un tiempo más prolongado, por ejemplo medio día o
un día. De esa manera se llegó a la conclusión, que se dejaría en manos del
grupo, cuándo hacer un recreo, para poder cortar la clase en el momento que lo
considerara necesario.
Y los docentes
teníamos un tercer problema alrededor del recreo, visto desde nuestras pautas
culturales: ¿cómo llamar al alumnado, para que vuelva al aula luego de
transcurrido el tiempo del recreo? También ese aspecto se resolvió sin mayores
dificultades, planteando el tema a los alumnos y las alumnas. Finalmente, en la
práctica, el docente recorría el patio para avisar a todos o le haga una señal
a alguno de los alumnos, para que éste avisara a otros y éstos a su vez a los
que faltaban. En general, en muy poco tiempo todos volvían a estar en sus
aulas. Este proceder estaba muy internalizado en el alumnado, porque, según nos
comentaron, nadie llama a los gritos, desde lejos, cuando necesita algo de
alguien. El que necesita hablar, simplemente se acerca a la persona con la que se
quiere comunicar. Eso también lo adoptamos algunos de los docentes.
Esta manera de
comunicarme con los estudiantes, la apliqué luego en otras oportunidades y fue
interesante ver, que, por ejemplo, docentes en situación de un taller de
capacitación, no reaccionaran frente a mi amable invitación de seguir con el
trabajo que yo les formulaba luego del recreo, yendo grupo por grupo. Recién
cuando la autoridad local los llamó con voz fuerte y demandante y con frases
imperativas, acompañada por golpes de nudillos en el pizarrón, decidieron
dirigirse al salón para proseguir las actividades.
Es para pensar,
cuánto de violencia encubierta hay en nosotros como docentes: si ni siquiera
escuchamos y tenemos en cuenta invitaciones amables, menos estaremos dispuestos
a su vez a invitar de manera cordial a nuestros alumnos y alumnas.
Texto y Fotos:
Ruth Schwittay
Pause...
Die Pause war ein sehr analysiertes und diskutiertes Thema
im CEREC, besonders aus dem kulturellen Blickwinkel. Es gab mehrere Aspekte
über die gesprochen werden und eine Einigung gefunden werden musste. In den
gewöhnlichen Schulen wird das Lernen und die Arbeit durch eine Schulklingel
oder -glocke zu bestimmten Uhrzeiten unterbrochen, und danach, nach einem
begrenzten Zeitraum, meldet dieselbe Klingel oder Glocke, fordernd, dass man
wieder in den Schulraum zurück soll. Die Pausenklingel wird meist sehnsüchtig
erwartet, und wenn sie endlich ertönt, hält die Kinder nichts mehr zurück, um
auf den Schulhof zu rasen. Es ist nicht wichtig dabei, in welchen Stadium des
Lernvorgangs sie gerade stecken. Sie wollen nur raus.
Klar, in CEREC gab es keine Kinder, sondern Jugendliche. Und
so haben wir zuerst gelernt, dass die Jugendlichen, normal in ihrem kulturellen
Umfeld, schrille Laute wie eine Klingel o eine Glocke, als eine fast
gewalttätige Unterbrechung empfinden. Nach einigem Hin und Her, wurde der
Entschluss gefasst, dass jede Lehrkraft im Klassenraum Bescheid sagte, wann die
Zeit zur Pause gekommen war.
Aber auf der anderen Seite, wurde die Gewohnheit in normalen
Schulen, dass die Uhr den Abbruch einer Aktivität anzeigt, als störend
empfunden. Die Schüler und Schülerinnen meinten, sie wollen lieber dass, was
sie gerade unter Händen haben, fertig machen, dass diese von der Uhr und nicht
von der jeweiligen Arbeit auferlegte Zeitaufteilung keinen Sinn mache. Es ist
ein schwer zu lösendes Problem in einer Schule, denn jede Klasse, jede
Lehrkraft bekommt seine Zeit für ein bestimmtes Fach zugewiesen, y diese zu
verlängern, würde eine Verkürzung der nächsten Stunde bedeuten. Man traf den
Entschluss, den Stundenplan so aufzubauen, dass dieselben Lehrkräfte für einen
längeren Zeitraum eine Gruppe betreuen würde, z. B. einen ganzen oder einen
halben Tag lang. Was dazu führte, dass jede Gruppe mit ihrer Lehrkraft
entschloss, wann es Zeit für eine Pause sei, wann eine Unterbrechung al nötig
empfunden wurde.
Und wir, die Lehrer und Lehrerinnen, hatten ein drittes
Problem zu lösen, wenngleich nur aus unserer kulturellen Sicht: Wie würden wir
die Schüler und Schülerinnen nach der Pause wieder in den Schulraum bekommen?
Auch dieser Aspekt wurde ganz einfach gelöst, indem das Thema einfach mit den
Jugendlichen besprochen wurde. Schließlich ging die jeweilige Lehrkraft durch
den Schulhof uns sagte allen Bescheid, oder meist brauchte man nur ein Zeigen
einem der Jugendlichen weiterzugeben, dann lief es wie eine Kette von einer
Gruppe zur anderen. Im Allgemeinen, waren alle in kürzester Zeit wieder im
Klassenraum. Dieses von Gruppe zu Gruppe gehen war eine sehr in den Qom
verinnerlichte Gewohnheit, denn, wie sie uns aufklärten, schreit keiner von weitem
durch die Gegend, wenn er mit jemandem sprechen möchte. Wer mit jemanden
sprechen muss, geht einfach auf denjenigen zu, mit dem er kommunizieren möchte.
Diese Gewohnheit haben wir, einige der Lehrkräfte, auch angenommen.
Diese Art mich mit den Studierenden mitzuteilen habe ich
später auch bei anderen Gelegenheiten angewendet, und es war interessant zu
sehen, wie z. B. in einem Fortbildungsworkshop für Lehrkräfte, diese auf
keinerlei Weise auf meine freundliche Einladung reagierten, die ich ihnen bei
Beendigung der Pause von Gruppe zu Gruppe machte. Erst als die lokale
Autoritätsperson sie mit lauter und fordernder Stimme und mit eher
anherrschenden Worten rief, begleitet vom Klopfen mit den Fingerknöchel auf die
Tafel, entschlossen sie sich, wieder in den Raum zur Weiterarbeit zu
kommen.
Vielleicht sollte man mal nachdenken, wie viel versteckte
Gewalt in uns Lehrkräften steckt: Wenn wir freundliche Einladungen nicht einmal
hören, geschweige denn folgen, noch weniger werden wir bereit sein, unsere
Schüler und Schülerinnen freundlich zur Arbeit einzuladen.
Text, Fotos und Übersetzung: Ruth Schwittay