21/12/12


Recreo…

El recreo fue uno de los temas muy analizados y discutidos en el CEREC desde el punto de vista cultural. Hubo varios aspectos que conversar y consensuar. En las escuelas comunes, el estudio y el trabajo es interrumpido por un timbre o por una campana a determinados horarios, y luego de un lapso bien delimitado, ese mismo timbre o esa misma campana avisa, demandante, que hay que volver al aula. El timbre del recreo suele ser esperado con ansiedad, y cuando suena, ya no hay nada que retenga a los chicos y a las chicas para salir corriendo al patio. No importa en qué momento del desarrollo de la clase se encuentren. Sólo se desea salir del aula.

Claro, en el CEREC no había niños o niñas, sino jóvenes. Y entonces en primer lugar aprendimos que los y las jóvenes, como es normal en su cultura, toman sonidos estridentes como los de timbre o campana como una interrupción casi violenta. Luego de varias idas y venidas se resolvió que cada docente avisaba en el aula, cuando era la hora de recreo.

Pero por otro lado, era percibido como molesta la costumbre esa de que sea el reloj el que marca el cierre de una actividad. Los alumnos manifestaban que preferían terminar lo que estaban haciendo, que no tenía lógica esa división del tiempo impuesta por el reloj y no tanto por las actividades que se estaban realizando. Es un punto difícil de resolver en una escuela, porque cada clase, cada maestro, tiene asignado su tiempo para desarrollar la materia correspondiente, y prolongarlo significaría quitarle tiempo a la siguiente clase. Se decidió ajustar los horarios de manera que fuesen los mismos maestros, los que atendieran un grupo durante un tiempo más prolongado, por ejemplo medio día o un día. De esa manera se llegó a la conclusión, que se dejaría en manos del grupo, cuándo hacer un recreo, para poder cortar la clase en el momento que lo considerara necesario.

Y los docentes teníamos un tercer problema alrededor del recreo, visto desde nuestras pautas culturales: ¿cómo llamar al alumnado, para que vuelva al aula luego de transcurrido el tiempo del recreo? También ese aspecto se resolvió sin mayores dificultades, planteando el tema a los alumnos y las alumnas. Finalmente, en la práctica, el docente recorría el patio para avisar a todos o le haga una señal a alguno de los alumnos, para que éste avisara a otros y éstos a su vez a los que faltaban. En general, en muy poco tiempo todos volvían a estar en sus aulas. Este proceder estaba muy internalizado en el alumnado, porque, según nos comentaron, nadie llama a los gritos, desde lejos, cuando necesita algo de alguien. El que necesita hablar, simplemente se acerca a la persona con la que se quiere comunicar. Eso también lo adoptamos algunos de los docentes.

Esta manera de comunicarme con los estudiantes, la apliqué luego en otras oportunidades y fue interesante ver, que, por ejemplo, docentes en situación de un taller de capacitación, no reaccionaran frente a mi amable invitación de seguir con el trabajo que yo les formulaba luego del recreo, yendo grupo por grupo. Recién cuando la autoridad local los llamó con voz fuerte y demandante y con frases imperativas, acompañada por golpes de nudillos en el pizarrón, decidieron dirigirse al salón para proseguir las actividades.  

Es para pensar, cuánto de violencia encubierta hay en nosotros como docentes: si ni siquiera escuchamos y tenemos en cuenta invitaciones amables, menos estaremos dispuestos a su vez a invitar de manera cordial a nuestros alumnos y alumnas.
Texto y Fotos: Ruth Schwittay


Pause...

Die Pause war ein sehr analysiertes und diskutiertes Thema im CEREC, besonders aus dem kulturellen Blickwinkel. Es gab mehrere Aspekte über die gesprochen werden und eine Einigung gefunden werden musste. In den gewöhnlichen Schulen wird das Lernen und die Arbeit durch eine Schulklingel oder -glocke zu bestimmten Uhrzeiten unterbrochen, und danach, nach einem begrenzten Zeitraum, meldet dieselbe Klingel oder Glocke, fordernd, dass man wieder in den Schulraum zurück soll. Die Pausenklingel wird meist sehnsüchtig erwartet, und wenn sie endlich ertönt, hält die Kinder nichts mehr zurück, um auf den Schulhof zu rasen. Es ist nicht wichtig dabei, in welchen Stadium des Lernvorgangs sie gerade stecken. Sie wollen nur raus.

Klar, in CEREC gab es keine Kinder, sondern Jugendliche. Und so haben wir zuerst gelernt, dass die Jugendlichen, normal in ihrem kulturellen Umfeld, schrille Laute wie eine Klingel o eine Glocke, als eine fast gewalttätige Unterbrechung empfinden. Nach einigem Hin und Her, wurde der Entschluss gefasst, dass jede Lehrkraft im Klassenraum Bescheid sagte, wann die Zeit zur Pause gekommen war.

Aber auf der anderen Seite, wurde die Gewohnheit in normalen Schulen, dass die Uhr den Abbruch einer Aktivität anzeigt, als störend empfunden. Die Schüler und Schülerinnen meinten, sie wollen lieber dass, was sie gerade unter Händen haben, fertig machen, dass diese von der Uhr und nicht von der jeweiligen Arbeit auferlegte Zeitaufteilung keinen Sinn mache. Es ist ein schwer zu lösendes Problem in einer Schule, denn jede Klasse, jede Lehrkraft bekommt seine Zeit für ein bestimmtes Fach zugewiesen, y diese zu verlängern, würde eine Verkürzung der nächsten Stunde bedeuten. Man traf den Entschluss, den Stundenplan so aufzubauen, dass dieselben Lehrkräfte für einen längeren Zeitraum eine Gruppe betreuen würde, z. B. einen ganzen oder einen halben Tag lang. Was dazu führte, dass jede Gruppe mit ihrer Lehrkraft entschloss, wann es Zeit für eine Pause sei, wann eine Unterbrechung al nötig empfunden wurde.

Und wir, die Lehrer und Lehrerinnen, hatten ein drittes Problem zu lösen, wenngleich nur aus unserer kulturellen Sicht: Wie würden wir die Schüler und Schülerinnen nach der Pause wieder in den Schulraum bekommen? Auch dieser Aspekt wurde ganz einfach gelöst, indem das Thema einfach mit den Jugendlichen besprochen wurde. Schließlich ging die jeweilige Lehrkraft durch den Schulhof uns sagte allen Bescheid, oder meist brauchte man nur ein Zeigen einem der Jugendlichen weiterzugeben, dann lief es wie eine Kette von einer Gruppe zur anderen. Im Allgemeinen, waren alle in kürzester Zeit wieder im Klassenraum. Dieses von Gruppe zu Gruppe gehen war eine sehr in den Qom verinnerlichte Gewohnheit, denn, wie sie uns aufklärten, schreit keiner von weitem durch die Gegend, wenn er mit jemandem sprechen möchte. Wer mit jemanden sprechen muss, geht einfach auf denjenigen zu, mit dem er kommunizieren möchte. Diese Gewohnheit haben wir, einige der Lehrkräfte, auch angenommen.

Diese Art mich mit den Studierenden mitzuteilen habe ich später auch bei anderen Gelegenheiten angewendet, und es war interessant zu sehen, wie z. B. in einem Fortbildungsworkshop für Lehrkräfte, diese auf keinerlei Weise auf meine freundliche Einladung reagierten, die ich ihnen bei Beendigung der Pause von Gruppe zu Gruppe machte. Erst als die lokale Autoritätsperson sie mit lauter und fordernder Stimme und mit eher anherrschenden Worten rief, begleitet vom Klopfen mit den Fingerknöchel auf die Tafel, entschlossen sie sich, wieder in den Raum zur Weiterarbeit zu kommen.
 
Vielleicht sollte man mal nachdenken, wie viel versteckte Gewalt in uns Lehrkräften steckt: Wenn wir freundliche Einladungen nicht einmal hören, geschweige denn folgen, noch weniger werden wir bereit sein, unsere Schüler und Schülerinnen freundlich zur Arbeit einzuladen.
Text, Fotos und Übersetzung: Ruth Schwittay

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